Devoción matutina para Adultos 2019 – Nuestra Esperanza
“Yo planté, Apolos regó; pero el crecimiento lo ha dado Dios” (1 Corintios 3:6).
“Allá está el puerto”, les dijo David a sus padres. La expectativa era grande. Jorge Riffel y su esposa examinaban el rostro de todos los que estaban en el local de desembarque mientras el navio se aproximaba. Querían ver si alguien los estaba esperando. Finalmente, un hombre movió la mano intensamentey llamó a sus amigos. “¡Allá está él”, exclamó el señor Riffel.
“Es nuestro amigo Reinaldo. ¡Qué bueno que él vino!” La familia Riffel había vivido cuatro años en el Estado de Kansas, en los Estados Unidos, pero estaba retornando a la Argentina. Durante aquel período, ellos conocieron el mensaje adventista y querían presentárselo a sus amigos. Jorge escribió cartas para sus conocidos argentinos
y comenzó a orar por las respuestas, hasta que un amigo respondió, diciéndole que estaba dispuesto a guardar el sábado si hubiera alguien que lo observara con él. “Eso soluciona el problema”, dijo Jorge Riffel.
“Vamos a vender nuestra hacienda aquí en Kansas y vamos a regresar a la Argentina”.
Riffel y otras tres familias de origen alemán viajaron a la Argentina. Mientras los otros permanecieron en Buenos Aires, don Jorge; su esposa, María; y el hijo, que se llamaba David, viajaron un día por el río Paraná y llegaron al puerto de Diamante. Allí, un viernes, en agosto de 1890, encontraron a Reinaldo Hetze, que había llegado de Rusia tres años antes.
Después de cargar las valijas, la familia Riffel entró en el vehículo de Reinaldo; todavía tenían que viajar unos 28 kilómetros por un camino de tierra. Estaban ansiosos por llegar a algún lugar antes de la puesta del sol. Durante el viaje de tres horas, don Jorge aprovechó para contarle cómo había encontrado las verdades del sábado y de la segunda venida de Cristo. El sábado por la mañana, realizaron lo que creemos que fue el primer culto adventista en América del Sur.
De esta manera simple, pero milagrosa, el mensaje llegó por el puerto de Diamante y dio inicio a la obra adventista en el territorio de la División Sudamericana. Comenzó con pocos, pero Dios dio el crecimiento. Hoy existen millones de diamantes para Dios como resultado del trabajo de una familia osada y comprometida. Sin embargo, todavía hay muchos que no conocen ese mensaje de esperanza. El desafío ahora está en nuestras manos. Si tenemos fe y disposición, “pronto será amonestado el mundo entero, y el Señor Jesús volverá a la Tierra con poder y grande gloria” (Los hechos de los apóstoles, p. 91).