«Tengan valor y firmeza; no tengan miedo ni se asusten […], porque el Señor su Dios está con ustedes y no los dejará ni los abandonará». Deuteronomio 31:6
Me casé con el amor de mi vida a los veinte años y poco después me despidieron del trabajo. Decidimos que era el momento de probar un camino diferente en mi carrera y empecé a leer el periódico, esperando encontrar un trabajo apropiado que nos permitiera servir al Señor y al mismo tiempo suplir nuestras necesidades.
Encontré una vacante en una empresa y envié la solicitud, pero cuando me llamaron para la entrevista, me dijeron que la compañía trabajaba los sábados. Contesté que era adventista del séptimo día y que, por tanto, no podría aceptar el trabajo, y les agradecí que me hubieran dedicado su tiempo. Su respuesta fue: «Señor Collins, no trabajamos los sábados; solo queríamos saber qué respondería».
Después de haber trabajado en esa empresa durante dos años, un lunes por la mañana me llamaron para una reunión de personal a la cual debían asistir todos los miembros de la plantilla. El responsable comenzó a hablamos de la inestabilidad económica de la empresa y de la decisión que se había tomado: de manera inmediata, la compañía comenzaría a desarrollar su actividad también los sábados y todos los empleados tendrían que acudir a trabajar.
Mientras que otros hicieron preguntas y pidieron explicaciones yo permanecí en silencio y oré. Cuando el responsable salió de la reunión, lo intercepté y le pregunté si podíamos hablar en privado. Me invitó a pasar a su despacho y le dije: «En la reunión ha informado de que todos los empleados deberán trabajar en sábado» y, su respuesta fue: «Todos menos tú». Su respuesta me dejó atónito y de inmediato recordé las palabras de Deuteronomio 31: 6: «Porque el Señor su Dios está con ustedes y no los dejará ni los abandonará».
Durante el tiempo que estuve en aquella empresa, nunca trabajé en sábado. Dios es bueno ¡siempre, en todo momento y circunstancia!, y él está hoy dispuesto a actuar en tu favor.
DEVOCIÓN MATUTINA PARA JÓVENES 2018
365 VIVENCIAS DE JÓVENES COMO TÚ
Lecturas devocionales para Jóvenes 2018
«El hombre propone y Dios dispone». Proverbios 16: 1, TLA
Me llamo Angelo Domínguez. Soy pastor residente en Ladyville, Belice.
A los veinte años, participé en mi primer congreso de evangelismo en la ciudad más grande de Belice, Ladyville, y dieciocho preciosas almas decidieron aceptar a Jesús. Hacía poco que había vuelto a la fe, aproximadamente dos años antes de aquel proyecto, pero sentí el llamado a predicar la fe de Jesús que acababa de reencontrar.
Ayuné y oré al Señor durante varios días para que me mostrara su propósito para mi vida y le dije: «Señor, si me llamas al ministerio pastoral, necesitaré un auto. Si me bendices y me proporcionas un vehículo, lo tomaré como tu confirmación de que me has llamado al ministerio pastoral».
Repetí aquella oración durante dos semanas y, un domingo por la mañana, mientras estaba arrodillado orando, escuché que alguien tocaba a la puerta y me levanté para ver quién era. Un amigo había venido a decirme que alguien quería verme para hablar conmigo. Al día siguiente, acudí al encuentro con esa persona y, cuando llegué a su casa, me dijo: «Te he estado esperando». Entonces entró en una habitación y volvió con un fajo de billetes en la mano y me dijo: «Voy a ayudarte a comprar un auto para que te sea de ayuda en tu ministerio para el Señor».
Conviene aclarar que yo no había hablado con nadie para nada de la necesidad que yo tenía de un vehículo, ni de la petición que había hecho al Señor en mi oración. Fue sencillamente una clara confirmación de que Dios me estaba llamando al ministerio pastoral. Puede que tengamos nuestros propios planes, pero los planes que el Señor tiene para nosotros son los mejores planes para nuestras vidas, pues él sabe más que nosotros.
Dios le dijo a Jeremías: «Antes de darte la vida, ya te había yo escogido; antes de que nacieras, ya te había yo apartado; te había destinado a ser profeta de las naciones» (Jeremías 1: 5).
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Lecturas devocionales para Jóvenes 2018
«No digas que eres muy joven. Tú irás a donde yo te mande, y dirás lo que yo te ordene». Jeremías 1: 7
El 10 de enero de 2015, un pastor amigo me recomendó que en julio de ese año realizara un viaje misionero a México con el equipo de Share Him (Compártelo) para predicar durante dos semanas. Cuando llegamos allí me percaté de que uno de mis amigos no tenía intérprete, de manera que me ofrecí para ayudarle. Tuvimos problemas para desarrollar el proyecto, porque la iglesia no estaba preparada. En esas circunstancias le dije al Señor: «¿Lo ves? Esto no es para mí; esto es una señal». Estaba allí, haciendo de intérprete, sin saber que traducir era casi lo mismo que predicar, y que yo sería el medio para transmitir la Palabra de Dios.
Tengo muchos testimonios y milagros que compartir, porque Dios nos utilizó de una manera increíble durante dos semanas. Se bautizaron doce personas, y otras dieciséis manifestaron su deseo de bautizarse en el futuro.
En septiembre de 2015 me invitaron una vez más a llevar a cabo otra actividad similar en Villahermosa y, por segunda vez, fui testigo de los milagros de Dios. De nuevo me convencí de que traducir es tan importante como predicar; aprendí que Dios nunca me encomendará nada que sabe que no puedo hacer. También disfruto predicando allá donde el Señor me llama y leyendo su Palabra, y compartiéndola con los demás.
Estoy segura de que el Señor te conducirá a lugares en los que nunca has estado. Las experiencias que viví durante estos dos viajes misioneros transformaron mi vida como sierva de Dios.
Recuerda que, así como hizo con Moisés, Samuel, Jeremías y otros personajes de antaño, Dios te puede capacitar para llegar donde él quiere que llegues. Solo debes responder: «Heme aquí, Señor» y él te utilizará para la salvación de muchas almas hambrientas de su Palabra, como lo hizo conmigo. ¿Qué esperas? Hoy puede ser el día en que Dios te use.
Pide al Señor que te utilice, dile: «Señor, transfórmame; quiero hacer tu voluntad y quiero llevar el mensaje allá donde vaya».
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Lecturas devocionales para Jóvenes 2018
«Sáname tú, Señor, y seré sanado; sálvame tú, y seré salvado, pues solo a ti te alabo». Jeremías 17: 14
LOS ACCIDENTES DE TRÁFICO SON MUY FRECUENTES, también por supuesto en mi pequeño país, Belice. Aunque siempre he sentido compasión por las víctimas, ¡nunca pensé que yo llegaría a ser una de ellas! El 10 de abril de 2015, el día del cumpleaños de mi madre, mi amiga Yareli y yo decidimos acompañarla al Departamento de Tráfico para que renovara su licencia de conducir y para gestionar los documentos de nuestra camioneta. Teníamos grandes planes para el domingo: Mi tío iba a preparar una comida especial para celebrar el cumpleaños de mamá, e íbamos a pasar el día en la laguna; de ahí que fuera tan importante que renováramos su licencia de conducir. Todos estábamos emocionados deseando que llegara el domingo, especialmente por el calor que estaba haciendo esos días.
Una vez finalizamos los trámites de las licencias, nos dirigimos a una estación de servicio para echar combustible. No habíamos recorrido ni un kilómetro cuando la tapa del motor de la camioneta se levantó y se soltó; golpeó el parabrisas y mi madre pisó a fondo el freno; después de aquello no recuerdo nada. Mi amiga y yo íbamos sentadas en la parte trasera de la camioneta, así que cuando mi madre dio aquel frenazo ¡caímos a la carretera! Lo siguiente que recuerdo es haber despertado en la habitación del hospital.
Ambas sufrimos fractura de cráneo. El dolor era muy fuerte y tuvieron que alimentamos por sonda, pues no podíamos ni comer ni beber. El médico dijo que, si respondíamos al tratamiento, no necesitaríamos cirugía.
Estuve dos semanas ingresada, y después regresé a casa, aunque tenía que acudir regularmente a la consulta de neurología. Después de cuatro estudios quedó claro que me estaba recuperando favorablemente, pero mi vida no era la misma. Echaba de menos jugar al fútbol y hacer otras actividades; tuve que evitar el deporte y el ejercicio durante dos años. No obstante, entendí que podía haber sufrido mucho más si el Señor no hubiese sido tan misericordioso conmigo.
Al momento de escribir esto ya he vuelto a clases y, gracias a Dios, espero que todo continúe bien.
He aprendido que no importa a qué retos deba enfrentarme, Dios no me abandonará y por eso siempre le estaré agradecida.
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Lecturas devocionales para Jóvenes 2018
«El Señor mismo irá delante de ti, y estará contigo; no te abandonará ni te desamparará; por lo tanto, no tengas miedo ni te acobardes». Deuteronomio 31: 8
¿ALGUNA VEZ HAS OÍDO a alguien decir que se encuentra «entre la espada y la pared»? Esta expresión se utiliza cuando te enfrentas a un dilema, entre dos opciones o posibilidades, pero ninguna de ellas resulta aceptable ni placentera. Pues bien, hace poco me vi, literalmente, «entre la espada y la pared».
Me encontraba enferma y necesitaba ver un hepatólogo. Cuando me examinó, determinó que era necesario realizar una biopsia del hígado. Según tenía entendido, para llevar a cabo este procedimiento se utilizaba una aguja muy larga y fina con la cual se perforaba el costado y se extraía un trozo de este delicado órgano. El procedimiento debía llevarse a cabo mientras yo contemplaba todo lo que sucedía, de manera que me invadió el pánico.
Cuando llegué al hospital el médico empezó a enumerar los posibles riesgos asociados a la intervención y me aterré aún más. Allí recostada, oré en silencio para que Dios me ayudara a no entrar en pánico, pues tenía que mantenerme perfectamente quieta. El hígado tiene muchos vasos sanguíneos de forma que después de aquella intervención era muy importante evitar que este órgano sangrara en exceso.
La enfermera que me estaba atendiendo me dio un paquete de arena que, una vez me acomodara encima, me proporcionaría el soporte necesario. Despacio me deslicé sobre la bolsa de arena, pero lo que sentí no fue en absoluto arena, ¡parecía más bien una pared! Aun así, tuve que acostumbrarme a esa «pared», y a la «espada» que suponía la aguja, durante cinco incómodas horas.
Esta experiencia me llevó a pensar en los retos que son como espadas que atraviesan nuestro costado. Sin embargo, al leer el texto de hoy, recordé que Dios va por delante de nosotros acomodando el camino y que nunca nos dejará ni nos abandonará. El Salmo 18: 2 dice: «Tú eres mi protector, mi lugar de refugio, mi libertador, mi Dios, la roca que me protege, mi escudo, el poder que me salva, mi más alto escondite».
La próxima vez que te sientas «entre la espada y la pared», ya sea literal o metafóricamente, durante cinco horas o cinco años, no temas ni te desanimes pues Dios te guiará a través de ello.
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Lecturas devocionales para Jóvenes 2018
«¡Jamás hombre alguno ha hablado como este hombre [Jesús] habla!». Juan 7: 46, BA.
CUANDO CONOCÍ EL EVANGELIO, a los diecisiete años, quise comprarme mi primera Biblia, así que fui a una librería y comencé a hojear varias. Yo no entendía nada de versiones bíblicas, pero enseguida me saltó a la vista una que tenía textos en rojo, y me detuve en aquellas páginas que destacaban sobre las demás; quería saber por qué eran diferentes. Al leer detenidamente me di cuenta de que lo que estaba en rojo eran las palabras que Jesús había pronunciado. Destacaban del resto de la Biblia al primer vistazo, igual que habían destacado de entre las de los demás cuando las pronunció durante su vida.
Jesús se salía del patrón, destacaba en todas las cosas, no calzaba en normas ni convencionalismos sociales. Aunque no buscaba destacar, tampoco pretendía encajar ni ser aceptado. Jesús simplemente brillaba con la luz de la verdad reflejada en un carácter acorde con los principios de Dios. Jesús dependía del Padre, y por eso multitudes pudieron conocer a Dios casi como si lo hubieran visto personalmente: «El que me ha visto a mí, ha visto al Padre» (Juan 14: 9).
¿Por qué te cuento esta vivencia?
Creo que hoy es un buen día para que nos preguntemos: ¿Queremos encajar, o destacar? ¿Estamos moldeando nuestro carácter de acuerdo al ejemplo que ha dejado Jesús? ¿Pueden los demás, cuando observan nuestros hechos y palabras, darse cuenta de que escribimos con una tinta distinta? ¿O nos hemos adaptado a los conceptos superficiales y trillados de la mayoría de la gente y escribimos con la misma tinta monótona y desapercibida que los demás?
Estas son preguntas que hemos de formulamos, pues nosotros somos el atractivo que Dios utiliza para atraer al mundo hacia sí. Hemos sido llamados a reflejar el carácter de Dios, y si no lo hacemos, ¿cómo se convertirán las personas que no lo conocen?
El apóstol Pablo dijo: «No imiten las conductas ni las costumbres de este mundo, más bien dejen que Dios los transforme en personas nuevas al cambiarles la manera de pensar» (Rom. 12: 2, NTV). Si nuestras vidas se escriben en el mismo color que las de los demás, nuestro testimonio no será eficaz. Necesitamos un carácter parecido al de Cristo, que destaque como destacó el suyo.
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Lecturas devocionales para Jóvenes 2018
«Entonces Pedro le respondió: “Señor, si eres tú, ordena que yo vaya hasta ti sobre el agua’’. “Ven”, dijo Jesús. Pedro entonces bajó de la barca y comenzó a caminar sobre el agua en dirección a Jesús». Mateo 14: 28-29
Terminé mi carrera universitaria gracias a varios préstamos estudiantiles y cuando completé los estudios comencé a saldar mis deudas. Sin embargo, algunas situaciones personales afectaron la cantidad de dinero que podía pagar cada mes. A raíz de eso, empecé a acumular deudas que parecían crecer cada vez más. Oré fervientemente, colocando mi situación en manos de Dios, pero la respuesta no parecía llegar. Las cosas siguieron empeorando hasta el punto en que tuve que tomar la decisión de pagar el mínimo, mientras esperaba a que el Señor me diera una solución.
La respuesta no llegó ni en el momento ni en la hora que yo esperaba. Gracias a la insistencia de una compañera, empecé a enviar solicitudes para trabajar en el extranjero. Dos años después me llamaron para entrevistarme y recibí una oferta de trabajo. En menos de un mes dejé atrás todo lo que había conocido. Dios podía haberme dado una solución cerca de casa, pero me llamó a salir de mi «zona de confort» para enseñarme a dejarlo absolutamente todo en sus manos y, de esa manera, poder crecer espiritualmente.
Al abandonar la seguridad de mi familia y mis amigos, tuve que desarrollar mecanismos de supervivencia y aprender a valerme por mí misma. Gracias a Dios, esto me llevó a pasar más tiempo con el Señor y a buscar su dirección.
Dios siempre llega a tiempo y utiliza nuestros problemas para moldear nuestro carácter de manera que podamos reflejar su imagen. A veces nos llama a dar un salto de fe, como el que le pidió a Abraham cuando le dijo que saliera de Ur de los caldeos. Al abandonar la vida que había conocido, encontré una vida mejor, y viví una experiencia más plena en Cristo cuando dependí por completo de él.
El Señor desea que todos vivamos esta experiencia, pero para ello debemos salir de nuestra «zona de confort» y confiar en que él estará a nuestro lado.
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Lecturas devocionales para Jóvenes 2018
«Yo estoy contigo; voy a cuidarte por dondequiera que vayas». Génesis 28: 15
UNA MAÑANA DE OTOÑO, siendo aún temprano, me preparé para viajar a Monterrey, México, para renovar mi visa estadounidense. Antes de salir de casa, en Montemorelos, revisé mi cartera para asegurarme de que llevaba todos los documentos necesarios, hice una oración y emprendí el viaje.
Cuando llegué a Monterrey, tomé un taxi que me dejó justo en frente de la embajada y, una vez allí, decidí revisar y organizar mis documentos antes de acercarme a la ventanilla. Cuando busqué, ¡me di cuenta de que lo había perdido! Me quedé allí, de pie, sin creérmelo. Ya había estado en Monterrey, pero era la primera vez que viajaba sola, y estaba completamente perdida.
Sin teléfono y sin dinero, empecé a caminar carretera abajo sin rumbo fijo, pero terminé en una zona que sí reconocí: Central Plaza, y me senté un momento en uno de los bancos para decidir cuál sería el siguiente paso.
Me disponía a orar cuando un señor de avanzada edad y con una sonrisa cariñosa me «interrumpió». Me preguntó: «¿Estás bien?». Sacudí la cabeza y le dije: «No, me he perdido». Me preguntó si conocía a alguien en Monterrey y le dije que sí, pero que estaba lejos, solo había estado allí una vez y no estaba segura de dónde quedaba, pero sabía que era frente al Hospital número 23.
En el rostro de aquel hombre se dibujó una sonrisa aún más amplia y me dijo: «Conozco un atajo; en veinte minutos podemos llegar caminando». Y eso fue lo que hicimos. Aquel caballero transmitía tanta paz que la esperanza renació en mi interior y, durante el paseo, hablamos de Dios hasta que me llevó exactamente a la zona de apartamentos donde vivía mi amiga. Una vez allí, los vecinos me dijeron que una extranjera —mi amiga— vivía en el último piso. Aquel caballero se aseguró de que estaba bien y después se marchó.
Creo que aquel día el Señor envió un ángel para que me guiara por el camino. A lo largo de este viaje llamado vida, las promesas que Dios nos ha hecho son abundantes y confiables. Él nunca me dejará ni me abandonará, y tal y como dice el versículo de la Biblia de hoy.
Así como se lo prometió a Jacob en Betel, me cuidará por dondequiera que vaya.
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«Mis caminos y mis pensamientos son más altos que los de ustedes». Isaías 55: 9, NVI
Desde que tengo uso de razón, a la pregunta: «¿Qué serás cuando seas grande?» siempre daba la misma respuesta: «Seré ingeniero». Desde segundo grado de primaria hasta finalizar la secundaría concebí que mi nombre estaría precedido de las iniciales «Ing.». A fin de lograr mi acariciado sueño, mis estudios secundarios tuvieron un énfasis especial en Física y Matemáticas. Tras concluir la secundaria ingresé a la mejor Facultad de Ingeniería de mi país. ¡En menos de cuatro años sería un flamante ingeniero!
Todo marchaba a la perfección hasta que me tocó tomar unas clases de Matemáticas que se impartían los viernes después de las seis de la tarde y sábados en la mañana. Como sabrás, aquello representaba una prueba terrible para mí. Procuré sobrellevar el asunto hasta donde me fue posible; hablé con los profesores, apelé al departamento de Ingeniería Industrial. En fin… traté de que el sábado no fuera un impedimento para conseguir el sueño de mi niñez.
¿Sabes cómo termina la historia? Mi nombre no inicia con «Ing.». Sí, sé que habrás leído y escuchado los testimonios de muchos a los que Dios sí les obró el milagro y les abrió puertas para que el sábado no les fuera un obstáculo en su transitar hacia el éxito. Sin embargo, en mi caso no hay un«… Y fueron felices para siempre». Todavía recuerdo aquel funesto viernes de tarde cuando, mientras caminaba por la avenida Los Proceres —bañado en lágrimas e inundado de ira—, tiré mis cuadernos, mis libros y mi inestimable calculadora FIP.
¿Por qué Dios no usó su poder para que yo pudiera continuar con mi carrera? ¿Por qué no solucionó lo de mis clases en sábado?. Hablando de los designios de Dios, Pablo dice que «nadie puede explicar sus decisiones» (Romanos 11: 33). El mismo Dios que salvó a Daniel, también permitió que Esteban muriera a manos de sus verdugos. Dios no siempre usa las mismas soluciones para los mismos problemas. Sus caminos son insondables.
Hoy, más de veinte años después de aquel trágico viernes, reconozco que aquellas clases sabatinas tenían un propósito: cambiar el rumbo de mi vida. Dios no quería que yo fuera ingeniero. Desde la eternidad había decidido que yo fuera ministro de su Palabra. Su plan era mucho más grande que el mío.
J. Vladimir Polanco, director de la revista Prioridades
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Lecturas devocionales para Jóvenes 2018
«Pero los que confían en el Señor tendrán siempre nuevas fuerzas y podrán volar como las águilas; podrán correr sin cansarse y caminar sin fatigarse». Isaías 40: 31
Cuando tenía tres meses de edad me diagnosticaron anemia de células falciformes. Como resultado de esta enfermedad, sufro muchos achaques y dolores agudos que pueden durar días, semanas o meses. A veces los dolores son tan agudos que incluso el toque de mi madre me resulta insoportable. Sin embargo, a pesar de los desafíos a los cuales me he enfrentado durante mi niñez, he hecho lo posible por llevar una vida normal.
En 1999 me diagnosticaron síndrome torácico agudo, que se produce por la falta de oxígeno en la sangre, y tuve que recibir una transfusión. Unos meses después sufrí otro ataque y perdí la movilidad en las extremidades; pero gracias a la oración de mis seres queridos, y por la gracia de Dios, recuperé la movilidad en menos de una semana. En 2003 me diagnosticaron de nuevo con síndrome torácico agudo, me ingresaron en la unidad de cuidados intensivos para recibir oxígeno al ciento por ciento y me entubaron. De hecho, los médicos se rindieron conmigo, pero mi mamá repitió las palabras del Salmista: «¿En quién creen ustedes? Mi hijo no debe morir; debe vivir para exclamar las obras de Dios» (ver Salmo 118: 17).
Por la gracia de Dios, me recuperé una vez más. Después de aquel incidente acudía a la clínica durante varios viernes, pues los cambios de tiempo me provocaban dolores en todo el cuerpo. En 2007, cuando una vez más me enfrenté a mi viejo enemigo y lo vencí, exclamé: «Nadie ha hecho el arma que pueda destruirme» (Isaías 54: 17).
Empecé a preguntarle a Dios: «¿Por qué a mí?», pero después empecé a pensar: «¿Por qué no a mí?». Aunque fueron días difíciles y estuve al borde de la muerte varias veces, pero encontré consuelo en el versículo de la Biblia que he elegido para hoy: Isaías 40: 31. El médico me dijo que las personas que sufren mi enfermedad no llegan a los dieciocho años. Hoy ya tengo veintiún años y «¡He de vivir para contar lo que el Señor ha hecho!» (Salmo 118: 17).
Gracias a esta experiencia, he aprendido que no hay situación demasiado terrible como para que Dios no la pueda restablecer. Confía en él. Las promesas y los propósitos de Dios para mi vida son certeros.
Permite hoy a Dios que sea tu esperanza y que renueve tus fuerzas. Yo ya lo hice.