Correr con propósito
“Todos los atletas se entrenan con disciplina. Lo hacen para ganar un premio que se desvanecerá, pero nosotros lo hacemos por un premio eterno” (1 Corintios 9:25, NTV).
El hombre más rápido del planeta: así se sentía. Y realmente el canadiense Ben Johnson lo era el 24 de septiembre de 1988. Tras recorrer los 100 metros en 48 zancadas (9,79 segundos, precisamente), obtenía la medalla de oro de las Olimpíadas de Seúl, y también el récord mundial, que ya poseía.
En un carril contiguo se encontraba el también estadounidense Cari Lewis, que en 1984 cosechó cuatro medallas de oro. Pero, ahora no solo quedaba en segundo lugar; quedó además en el olvido, tras la victoria de Johnson. Desde el inicio Johnson lideró la carrera, “volando” a casi 50 km/h. Poco antes de alcanzar la meta, el canadiense descendió la velocidad para mirar por sobre su hombro y levantar su dedo índice en señal de triunfo: había sacado casi dos cuerpos de ventaja al segundo. Y en la conferencia de prensa posterior, Johnson afirmó que sintió que podría haber corrido más rápido; también, que valoraba más la medalla de oro que el récord mundial, pues este podría ser sobrepasado, pero nadie le quitaría su medalla.
Dos días después, se hizo público que Johnson dio positivo para esferoides anabólicos en su test antidopaje. El Comité Olímpico Internacional le quitó su medalla, le prohibió volver a competir durante los próximos dos años, y le quitaron los otros récords mundiales y medallas que había obtenido.
Por querer “tomar atajos”, perdió todo lo que había construido durante años. Aunque comenzó a correr nuevamente en 1991, nunca volvió al nivel de 1988, y ni siquiera llegó a la final de los 100 metros en los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992. Incluso, en enero de 1993 volvió a dar positivo para esteroides en una competencia en Montreal, Canadá, y la Asociación Internacional de Federaciones Atléticas le prohibió competir de por vida. Su carrera estaba acabada.
El apóstol Pablo comparó la vida cristiana con una competencia atlética. Para alcanzar la victoria, debemos prepararnos muy bien y abstenernos de todo aquello que pueda impedirnos crecer en la gracia. Esta carrera, afirmó, dura toda la vida. No importa las medallas que ganemos ni los récords mundiales que superemos, hasta que no descansemos en la muerte o termine el tiempo de gracia, debemos mantenernos firmes y perseverar en la carrera de la fe. Él mismo, tras una vida de logros, temía que, si se descuidaba, podía quedar descalificado.
Ben Johnson tomó un atajo y lo perdió todo. Persevera y entrena tu fe; no sea que, después de ser ejemplo para otros, tú mismo seas inhabilitado. MB
DEVOCIÓN MATUTINA PARA JÓVENES 2017
UN DÍA HISTÓRICO
Pablo Ale – Marcos Blanco
Lecturas devocionales para Jóvenes 2017