La pelea del siglo
“Y Moisés dijo al pueblo: No temáis; estad firmes, y ved la salvación que jehová hará hoy con vosotros; porque los egipcios que hoy habéis visto, nunca más para siempre los veréis. Jehová peleará por vosotros, y vosotros estaréis tranquilos” (Éxodo 7 4:13,14).
No. Definitivamente no me gusta el boxeo. No puedo entender cómo llaman deporte -más allá de la preparación física que cada pugilista debe tener para subirse al ring- a una actividad física que comprende a dos personas golpeándose duramente; a veces, hasta mortalmente.
Sin embargo, esta fecha es insoslayable. El 14 de septiembre de 1923, se llevó a cabo en Nueva York lo que los analistas dieron en llamar “La pelea del siglo”. De un lado, estaba el estadounidense Jack Dempsey, considerado uno de los mejores boxeadores de todos los tiempos; y del otro, el argentino Luis Ángel Firpo, apodado “El toro de las pampas”.
La pelea tuvo dos momentos importantes:
- En el primer round, cuando Firpo acorraló a Dempsey contra las cuerdas y, con un certero golpe, lo arrojó fuera del cuadrilátero. Dempsey cayó sobre los periodistas, golpeándose la cabeza contra una máquina de escribir. Estuvo sin reacción durante 17 segundos.
- En el segundo round, cuando Dempsey, ya recuperado, derribó tres veces a Firpo. La tercera vez, el argentino tardó 57 segundos en reaccionar. Así, se declaraba ganador a Dempsey por nocaut.
Muchos sostienen que fue un resultado injusto, ya que Firpo mereció ganar por lo hecho en el primer round, ya que la cuenta para la descalificación del adversario es hasta 9 segundos. Lo cierto es que, luego, Dempsey se levantó y reaccionó.
Sí. A veces, la vida es injusta. Nos golpea, nos saca del “cuadrilátero” de nuestra zona de confort, nos desenfoca, nos hiere… Pero, podemos levantarnos y seguir. ¿Por qué? Porque tenemos una promesa: no estamos solos. Como los israelitas en el desierto, tenemos un gran Ayudador: Dios pelea por nosotros en esta confrontación de los siglos.
Hoy puede ser un día histórico. Confía. Deja todo en manos del Todopoderoso. Su fortaleza es TU fortaleza.
“El hombre es incapaz de salvarse a sí mismo, pero el Hijo de Dios pelea sus batallas en favor de él, y lo coloca en un terreno ventajoso al concederle sus atributos divinos. Y cuando el ser humano acepta la justicia de Cristo, es hecho participante de la naturaleza divina. Entonces puede guardar los mandamientos de Dios y vivir” (Elena de White, Exaltad a Jesús, p. 146). PA
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