Desnudos, pero incomunicados
“Ustedes ya no forman parte del mundo” (Juan 15:19, NTV).
Después de 16 meses sin recibir correspondencia, los residentes de una villa nudista comenzaron ese 3 de agosto de 1985 a recibir nuevamente visita de carteros. Estos se sintieron incómodos por ser atendidos por personas desnudas, o deambulando desnudas, y se negaron a cumplir su deber en ese barrio cerrado. Durante casi un año y medio, los nudistas se opusieron a vestirse para recibir a los carteros. Finalmente, llegaron a un acuerdo: en el horario en que estos visitaban ese barrio, los moradores no saldrían a las calles, permitiendo que realizaran su servicio. Lo llamativo es el tiempo que tardaron los residentes en resolver la situación; consideraban más importante mantener su identidad nudista que recibir correspondencia desde afuera. En cierto sentido, su identidad los estaba aislando del entorno. Enfrentaban la encrucijada de cambiar y perder su identidad, o permanecer aislados.
De algún modo, el pueblo de Dios enfrentó el mismo dilema a lo largo de los siglos. El aislamiento total implica la retención de la identidad, pero la incapacidad para cumplir con la misión encomendada por Dios. Paralelamente, la misión implica tender puentes hacia afuera; y esto implica una doble vía: permitir que quienes están adentro se extiendan hacia afuera, para que los “externos” incursionen entre las filas de la iglesia. Pero podría ser que, en lugar de que la iglesia transforme el mundo, el mundo transforme a la iglesia y desdibuje así las fronteras entre ellos.
Jesús aclaró esta paradoja cuando diferenció entre el ser y el estar: circunstancialmente estamos en este mundo pero, realmente, no pertenecemos a él; no somos de este mundo. El mero hecho de estar y mezclarse con el mundo no implica, necesariamente, pérdida de identidad. Extendernos hacia la gente, mezclarnos con ellos, no implica que debamos perder nuestros rasgos distintivos. Es más, al aislarnos, perdemos una de nuestras características esenciales, ya que nuestra misión comprende extendernos hacia las necesidades de las personas. Si perdemos nuestra misión, perderemos nuestra identidad. En este sentido, aislarnos para no perder identidad conlleva, en sí mismo, la paradoja de que, de todos modos, podríamos perder la identidad, al perder de vista la misión.
Entonces, ¿cómo podemos extendernos hacia el mundo sin mundanalizarnos? La clave está en extendernos con un propósito: evangelizar. Cuando nos abrimos a los demás con el objetivo de lograr que conozcan a Cristo y transformen sus vidas, estaremos seguros. Cuando nos abrimos sin ese objetivo, nos mimetizaremos con el mundo.
Hoy, pide a Dios que te ayude a tender puentes en procura de que sean un canal de bendiciones. MB
DEVOCIÓN MATUTINA PARA JÓVENES 2017
UN DÍA HISTÓRICO
Pablo Ale – Marcos Blanco
Lecturas devocionales para Jóvenes 2017