Mi primera opción
«Y todo lo que ustedes, al orar, pidan con fe, lo recibirán». Mateo 21: 22
Recuerdo que de niño me encantaba jugar con autos de juguete. Diseñaba autopistas en el patio de nuestra casa y si el tiempo no me permitía salir me las ingeniaba para hacerlo dentro de la casa. Mis padres me compraban los autos y a medida que pasaba el tiempo conservaba solo los favoritos. Hasta la fecha no he logrado descubrir qué ocurría con los demás, pero nunca más los volvía a ver.
Recuerdo que tenía un carrito rojo que era mi favorito entre los favoritos. Un día, después de hacer mis tareas, me dispuse a jugar con él. Ya había ideado el plan perfecto para las rutas del día, tenía ubicados los semáforos, los postes de luz e incluso la estación de combustible. Solo me quedaba «ir al estacionamiento, encender mi auto y arrancar». Cuando fui al cajón donde guardaba los juguetes no lo encontré. Saqué todos los juguetes y busqué por todas partes: debajo de la cama, en la sala, entre los muebles, en el patio y hasta en la cocina, pero no encontré mi carrito en ninguno de esos lugares. Estaba desesperado, sentía que había perdido un pedazo de mi alma, aunque suene exagerado pero para un niño es así.
Mi madre me vio angustiado y me preguntó qué me ocurría, entonces le expliqué mi situación. Al hacerlo, ella me hizo la siguiente pregunta: «¿Ya le preguntaste a Dios por tu auto de juguete?». No respondí nada y salí corriendo hacia mi habitación. Allí, al lado de mi cama, doblé las rodillas y realicé una oración sencilla: «Señor, ayúdame a encontrar mi auto. En el nombre de Jesús».
Al poner las manos sobre la cama para ponenne de pie, sentí un bulto extraño debajo de mi mano derecha. Levanté la sabana y ¡no podía creerlo! ¡Era mi auto! ¡Siempre estuvo allí! Aquel día aprendí tres cosas:
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Dios presta atención especial a mis problemas.
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Dios escucha incluso la más sencilla de las oraciones.
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Dios debe ser siempre mi primera opción.