DEVOCIÓN MATUTINA PARA JÓVENES 2018
365 VIVENCIAS DE JÓVENES COMO TÚ
Lecturas devocionales para Jóvenes 2018
«Y todo lo que esté en tu mano hacer, hazlo con todo empeño». Eclesiastés 9: 10
AL FINALIZAR LA SECUNDARIA me encontraba en esa gran encrucijada que todo joven enfrenta: no sabía qué estudiar. Quería ser maestro, pero también sentía el llamado al ministerio pastoral. Mientras me decidía, comencé a colportar, pues quería ser misionero, fuera pastor o maestro, y el colportaje me prepararía para el tipo de vida que me esperaba, además de que me proveería recursos económicos.
Tenía diecisiete años y era muy tímido cuando colporté por primera vez. Me aterraba la idea de vender libros a desconocidos. Había trabajado menos de un mes cuando ya tenía pensado darme por vencido. Entonces un amigo me invitó a presentar los libros en su lugar de trabajo. Su jefe quedó encantado con uno de los libros. No me creerás lo que hizo: ¡Me compró doscientos ejemplares para distribuirlos entre los empleados!
La segunda experiencia ocurrió años después, mientras colportaba en Jamaica. Allí no conocía a nadie. Me sentía solo y desanimado. No tenía ganas de salir a trabajar y como no había nadie a quien rendirle cuentas, buscaba excusas piadosas para quedarme en casa. Entonces ocurrió un milagro que nunca olvidaré.
Le pedí a Dios que me ayudara a trabajar aunque no tuviera deseos de hacerlo. Durante las próximas seis semanas trabajé cada día sin deseos. Me propuse no saltarme ni un solo establecimiento de la calle principal. Para cuando terminé aquella calle, había vendido libros sobre la salud, la familia y la fe en el 90% de los establecimientos.
Las experiencias que te acabo de contar me enseñaron dos lecciones: En primer lugar, que los milagros no son la forma regular en que Dios actúa, pero él los realiza para recordarnos su capacidad de usamos a pesar de nuestras debilidades y limitaciones. En segundo lugar aprendí que frente a los desafíos más importantes de la vida no podemos depender de las emociones para cumplir con nuestra parte.
Llegué a comprender por qué Ellen G. White dijo del colportaje que «la educación obtenida de esta manera práctica puede llamarse apropiadamente educación superior» (El colportor evangélico, cap. 5, p. 34). Estas dos lecciones han resultado valiosas para mi vida como esposo, padre, pastor, maestro y estudiante.
Estoy seguro de que tú también las encontrarás útiles en tu vida como joven cristiano.
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Lecturas devocionales para Jóvenes 2018
«Los supervisores y gobernadores buscaron entonces un motivo para acusarlo de mala administración del reino, pero como Daniel era un hombre honrado, no le encontraron ninguna falta; por lo tanto no pudieron presentar ningún cargo contra él». Daniel 6: 4
Al leer este versículo recuerdo una experiencia que tuve mientras colportaba con otro compañero, en la ciudad de Toluca, México. Una mañana visitamos la compañía de electricidad local, solicitamos la entrevista con el gerente general y él nos mandó a pasar a su despacho. Entramos, lo saludamos y de inmediato nos pidió que tomáramos asiento.
Justo cuando íbamos a tomar asiento sucedió algo muy extraño, el gerente dijo con asombro: «Un momento, ¿dónde está la otra persona que vino con ustedes? Antes de que pasaran le pedí a mi secretaria que colocara una silla extra para que ustedes tres se sentaran, pero ahora hay una silla vacía. ¿Adonde se fue su amigo?».
Al escuchar estas palabras quedé helado. ¡Solo éramos dos personas! ¿A quién había visto el gerente? En ese momento recordé el versículo que dice: «Mira, yo enviaré mi ángel delante de ti, para que te cuide en el camino» (Exodo 23: 20). A seguidas compartí mis pensamientos con el gerente y quedó tan impresionado que no solo nos compró los libros, sino que nos dio permiso para visitar a todo el personal. ¡Qué bendición! Dios siempre cumple sus promesas.
Ese día también recordé una gran verdad: «Él es Dios fiel» y «derrama su amor inagotable sobre quienes lo aman y obedecen sus mandatos», como lo dice Deuteronomio 7: 9, (NTV). No importa la clase de desafíos que enfrentes hoy, Dios ha prometido que enviará a sus ángeles para cuidarte, protegerte y fortalecerte. Dios quiere estar a tu lado y te ayudará a superar cualquier obstáculo o limitación que se te presente.
¿Cuál es la clave? ¿Cómo podemos reclamar el cumplimiento de estas promesas? El texto clave de hoy dice que Daniel era honrado, era fiel (RV95). Así como Dios es fiel, tú y yo tenemos el desafío de ser fieles también.
Hay una recompensa eterna destinada para los fieles. ¿Te gustaría formar parte de ese grupo de fieles? Jesús mismo prometió: «Mantente fiel hasta la muerte, y yo te daré la vida como premio» (Apocalipsis 2: 10).
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Lecturas devocionales para Jóvenes 2018
«Pero el Señor estaba con José, y le fue muy bien mientras vivía en la casa de su amo egipcio». Génesis 39: 2
En marzo del 2010 y con a penas dieciséis años emigré de Cuba a los Estados Unidos. Al llegar al nuevo país no conocía el idioma ni la cultura. Mi familia y yo no teníamos familiares ni amigos, estábamos solos en una tierra extraña.
Cuando llegaba el momento de ir a la escuela temblaba de miedo. Como no hablaba inglés no podía entender las clases, ni las instrucciones que los maestros daban, tampoco podía cumplir con las tareas ni socializar durante el receso. Cosas tan simples como pedir permiso para ir al baño me avergonzaban, porque no sabía expresarme correctamente en inglés. Para resolver estas cuestiones que para mí eran tan complicadas recurria a un amigo. Él hablaba por mí cuando tenía algún tipo de necesidad, era mi traductor y vocero para ayudarme a expresar correctamente. En la iglesia las cosas no eran mejores, había muchos grupos pero me sentía solo, llegué a sentirme abandonado en un país lejano.
Un día empecé a leer mi historia favorita de la Biblia, la historia de José. Obviamente mis hermanos no me habían vendido, pero me identifiqué con José ya que él también se encontraba en un país diferente, sin amigos, la comida era diferente, las personas vestían diferente y hablaban un idioma distinto al suyo. Cuando leí la historia de José me impactó la forma en la que Dios se glorificó en la vida de José, a pesar de haber pasado por circunstancias tan difíciles. Esto me dio fuerza para seguir adelante. Decidí poner mi confianza en Dios y quiero que sepas que finalicé la secundaria con un promedio de 90% en mis calificaciones y en la actualidad estudio en Oakwood University.
Es probable que te encuentres lejos de tu país de origen, quizás hayas decidido buscar una mejor vida, pero nunca olvides que allí donde estés, Dios siempre estará a tu lado. Si él me ayudó, sé que también puede ayudarte y bendecirte. Tu trabajo, como José, es mantenerte fiel a él y dejar que él se encargue del resto.
Dios tiene grandes planes para tu vida, eres especial, confía y verás los resultados.
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Lecturas devocionales para Jóvenes 2018
«Los que vienen a mí, no los echaré fuera». Juan 6: 37
CUANDO TENÍA TAN SOLO OCHO AÑOS de edad mi padre abandonó el hogar y se marchó con otra mujer. Mi madre, mi hermano y yo quedamos viviendo en el sur de Brooklyn, Nueva York. A los nueve años empecé a ingerir bebidas alcohólicas y ya a los dieciséis era adicto al alcohol y a la música rock frecuentaba clubes nocturnos y me había entregado a los placeres mundanos y a la vida pecaminosa.
En 1984, cuando tenía dieciocho años, trabajaba como mecánico. Ese día salí del trabajo manejando a toda velocidad mientras cantaba «el rock and roll es mi religión y es mi Dios, yo nunca cambiaré». Mientras manejaba como un loco sufrí un terrible accidente automovilístico. No recuerdo mucho de lo que pasó, pero sí recuerdo haberle pedido a Dios que me salvara y me ayudara. A cambio yo le ofrecí entregarle mi vida.
Milagrosamente sobreviví al accidente. Ahora bien, si crees que me arrepentí y cumplí mi promesa estás muy equivocado. Como joven rebelde y típico ser humano, un mes después del accidente seguía en mis malos caminos, tomando, frecuentando clubes y discotecas y escuchando música rock.
Un día el pastor Irenio Martínez, coordinador de la obra hispana de la Asociación del Noreste de los Estados Unidos tocó mi puerta. Cuando abrí, me dijo: «Hijo, ¿cómo puede Dios ayudarte mientras escuchas esa música?». Al escuchar estas palabras quedé espantado. ¿Cómo sabía él que yo le había pedido a Dios que me ayudara? Entonces empezó mi lucha interna. Me pregunté: «¿Será que Dios me está llamando?».
Examiné mi vida y comprendí que Dios había contestado mi oración por medio de ese pastor. El siguiente viernes me alisté y asistí a la Sociedad de Jóvenes. El Señor transformó mi vida y me bauticé. El mismo pastor que tocó a mi puerta me bautizó y un tiempo después ofició en mi boda.
Hoy, el joven que escuchaba rock, tomaba alcohol y frecuentaba clubes y bares es un pastor de la Iglesia Adventista del Séptimo Día. Jesús me aceptó y me cambió.
No sé cuál es tu situación, no sé si hoy estás perdido en el pecado, lo que sé es que Jesús te puede recibir y aceptar como lo hizo conmigo. ¡Ven a Jesús hoy!
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«¡Nada podrá separarnos del amor que Dios nos ha mostrado en Cristo Jesús nuestro Señor!». Romanos 8: 39
Tuve el privilegio de crecer siendo adventista. Sin embargo, al cursar el segundo año en la carrera de Leyes comencé a alejarme de la iglesia, ya no participaba ni apoyaba como lo hacía antes. En mi ignorancia juvenil había decidido «iniciar un cambio en mi vida» y la iglesia no formaba parte de mis nuevos planes.
Me dediqué a participar en la política estudiantil. Corría la década de 1980 y todo giraba en tomo a los movimientos sociales y políticos en las universidades del Perú. Para colmo, tenía un carro propio, que no solo era un lujo sino una gran ventaja para mis aspiraciones políticas.
Un día, mientras me dirigía con un amigo hacia otra Facultad de Leyes en Lima, al cruzar una calle no me percaté de que venía otro vehículo a gran velocidad, y ya te puedes imaginar el resultado. El impacto fue tan fuerte que nos arrastró más de diez metros y nos volcó. Mi amigo fue llevado al hospital con heridas graves. En cambio a mí me llevaron a la morgue, pues había perdido mucha sangre y tenía una gran herida abierta en la cabeza. Todos creían que estaba muerto.
No sé en qué momento, pero recobré la conciencia y escuché al policía relatar a los que iban en la camioneta cómo yo «había muerto». En ese momento clamé al cielo pidiendo una segunda oportunidad: «Señor, si me salvas, te serviré todos los días de mi vida. Te obedeceré si tan solo me dejas vivir».
En esos momentos, el policía comenzó a gritar: «¡Está vivo, está vivo!». De inmediato me llevaron al hospital. Mi recuperación fue lenta, pero al final me recuperé por completo. El resto es historia. Hoy sirvo con mis talentos a Dios y a su iglesia. Soy una prueba viviente de que nada ni nadie nos puede separar del amor de Dios.
Es probable que no hayas tenido, ni llegues a tener, una experiencia como la mía; sin embargo sé que hoy Dios te invita a ser una luz en este mundo, a usar tus dones y talentos para su servicio.
Si él pudo usar a alguien tan imperfecto como yo, sé que puede hacer grandes maravillas a través de ti.
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«Repite siempre lo que dice el libro de la ley de Dios, y medita en él de día y de noche, para que hagas siempre lo que este ordena. Así todo lo que hagas te saldrá bien». Josué 1: 8
Tomé la decisión de bautizarme mientras cursaba la secundaria. Fue una decisión muy importante y yo era bastante joven, pero estaba consciente de que era lo correcto, aunque representaba un reto monumental. La escuela donde estudiaba impartía clases los sábados. El problema era que mis padres que no eran adventistas, no podían pagarme un colegio privado.
Había conocido la Iglesia Adventista por medio del Club de Conquistadores. Recuerdo cómo muchas veces, al salir de la escuela, me apresuraba para pasar por la iglesia y al menos escuchar desde la puerta la última parte del sermón. Un día decidí entregarme por completo al Señor. El primer anciano amablemente aceptó ir conmigo a dialogar con la directora de mi escuela y pedir permiso para faltar los sábados, pero su respuesta fue un rotundo «no», y me advirtió que si faltaba los sábados sería responsable de las consecuencias.
Estaba decidido a obedecer a Dios sin importar las consecuencias. Pero para mi sorpresa, desde que empecé a observar el sábado me convertí en un estudiante sobresaliente. Los profesores respetaban mi decisión y me permitían reponer las clases. En varias ocasiones fui presidente de la clase, y al finalizar recibí varios reconocimientos.
Aunque desde niño soñaba con ingresar a la academia militar, decidí no hacerlo, por causa del sábado. Mientras cursaba en la universidad nunca tomé clases los sábados, y aun así terminé la carrera más rápido de lo normal. Para la gloria de Dios me gradué con honores de la Facultad de Derecho. Pero lo mejor estaba aun por venir. Las Fuerzas Armadas dieron un cupo a la Iglesia Adventista para una Maestría en Defensa y Seguridad Nacional, ¡y yo fui el seleccionado para llenar este cupo! Al concluir la maestría me nombraron asesor académico e instructor invitado de las Fuerzas Armadas, donde he recibido múltiples condecoraciones.
Te cuento mi experiencia porque quiero que sepas que Dios recompensa a quienes guardan sus mandamientos, especialmente el cuarto. Además quiero que sepas que Dios puede cumplir tus sueños, así como cumplió los míos.
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«Evita que te desprecien por ser joven». 1 Timoteo 4: 12
CUANDO TENÍA VEINTITRÉS AÑOS empecé a colportar en República Dominicana, con el objetivo de ir a México para estudiar Teología. Como había puesto mis planes en las manos de Dios, y entendía que él me había dado su aprobación, empecé con el papeleo necesario y me presenté ante la Embajada Mexicana. Para mi sorpresa y desencanto, el cónsul no me otorgó la visa, pero lo peor fue que me dijo que si quería podía intentarlo el próximo año, aunque no me garantizaba nada. Salí de allí muy triste y con dudas. ¿En qué había fallado? ¿Había escuchado o no la voz de Dios?
En ese momento, y en medio de lágrimas, recordé las palabras de David: «Encomienda a Jehová tu camino, confía en él y él hará» (Salmo 37: 5, RV95), y luego las de Pablo: «Evita que te menosprecien por ser joven» (1 Timoteo 4: 12). Entonces oré: «Dios, tú me dijiste que iría a México, pero el cónsul me dijo que no. Regresaré la próxima semana». Así que en una semana preparé todos los documentos y me presenté nuevamente a la embajada.
Para mi sorpresa, el cónsul que me atendió era el mismo que me había atendido la ocasión anterior. Yo estaba en la parte trasera de la fila y desde la ventanilla, a lo lejos, el cónsul me reconoció y me hizo señas para que pasara. Todos se quedaron mirándome mientras me acercaba a la ventanilla. El cónsul me preguntó: «¿Viniste la semana pasada?». Con una sonrisa que procuraba esconder mi nerviosismo le contesté: «Sí». Luego vinieron las temidas palabras: «Yo te dije que debías esperar un año para intentarlo nuevamente, ¿por qué lo hiciste en una semana?». Y con sencillez le contesté: «Porque debo ir a México a estudiar este año».
El cónsul tomó mis papeles y me dijo: «El proceso de entrega de visa se tarda de siete a quince días, pero en esta ocasión, se te dará hoy mismo». Hoy sirvo como pastor en México.
El mismo Dios que mostró su poder en la entrevista con el cónsul quiere lo mejor para ti, ponte en sus manos y verás cómo actúa en tu favor y hace grandes cosas por ti y en ti.
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«Pero Dios es tan misericordioso y nos amó con un amor tan grande, que nos dio vida juntamente con Cristo cuando todavía estábamos muertos a causa de nuestros pecados. Por la bondad de Dios han recibido ustedes la salvación». Efesios 2: 4-5
«¡NOS mudamos!». Esa fue la «grata» noticia con la que me recibió mi madre al llegar a casa una tarde de septiembre de 2007. Al principio solo podía pensar en mis amigos de infancia, las actividades de la iglesia y mi querido club de conquistadores… todo eso quedaría atrás.
Como típico joven, y a manera de «venganza», dejé de asistir a la iglesia tan pronto nos mudamos. Un domingo por la tarde unos amigos me invitaron a un espectáculo automovilístico y decidí acompañarlos. Cuando llegué, me percaté de lo «agradable» que era el ambiente: música, mujeres y bebidas alcohólicas.
Cuando el espectáculo estaba en su mejor momento empezaron a sonar disparos. Todos los del grupo salieron corriendo, excepto un joven y yo. En ese instante comencé a orar: «Dios mío, perdona mis pecados. Si me sacas sano y salvo de este lugar, te prometo que regresaré a tus caminos para siempre». En ese momento vi cómo el joven que estaba a mi lado recibía varios disparos. Fue horrible ver esa escena. Estaba muy asustado y solo atinaba a decir en mi mente: «Dios mío, sálvame. No quiero morir aquí».
Miré hacia todos los lados y vi a un señor que me gritaba: «¡Menor, corre, corre y no mires atrás!». Así que corrí hasta que llegué a un lugar seguro. Di gracias a Dios por haberme salvado. Me hubiera gustado decir que a la semana siguiente fui a la iglesia a cumplir mi promesa, pero la verdad es que me tomó tres meses reconocer la misericordia que Dios había tenido conmigo y la segunda oportunidad que me había dado. Cuando llegó el momento imité al apóstol Pablo, olvidé «lo que queda atrás» y procuré alcanzar «lo que está delante» (Filipenses 3: 13, RV95).
Hoy, mientras escribo estas líneas, soy pastor de la Iglesia Adventista. Hoy, mientras lees estas líneas, Dios también te ofrece su misericordia y un día más de vida.
Hoy puedes decidir salir del grupo de «los que se vuelven atrás» y pasar a ser de los que «alcanzan la salvación porque tienen fe» (Hebreos 10: 39).
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«Todos los que por causa mía hayan dejado casa, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o hijos, o terrenos, recibirán cien veces más, y también recibirán la vida eterna». Mateo 19: 29
Mi nombre es Antonio, estudié informática y cuando acababa de terminar mis estudios renuncié a una atractiva oferta de trabajo por causa del sábado. Mientras consideraba qué haría con mi futuro sentí la impresión de viajar a Estados Unidos y realizar allí estudios de postgrado en Informática. Inicialmente pensé en estudiar en una universidad estatal por motivos financieros, pero un pastor amigo me habló de la universidad adventista: Andrews University. Aunque el costo de una institución privada no estaba ni cerca de mi alcance, mi amigo insistió. Milagrosamente las puertas se abrieron y con fe y sacrificios pude obtener mi maestría en Tecnología de la Información.
Cuando terminé mi postgrado, General Motors, la prestigiosa compañía, me entrevistó para un trabajo, pero de nuevo surgió el tema del sábado y no obtuve la vacante. Solicité en diversas empresas y hospitales, pero nadie me respondió. Mientras buscaba trabajo en el área de la informática fui empleado por una empresa de instalaciones eléctricas en la ciudad de Orlando.
Un año después de haber concluido mi maestría una hermana de la iglesia me comunicó que alguien de Miami me estaba buscando con mucho interés y me dio un número telefónico. De inmediato llamé y para mi sorpresa me comunicaron que la División Interamericana me quería entrevistar para ser el director del centro de cómputos. ¿Cómo supo la División de mí? Providencialmente uno de mis exprofesores de la Universidad Andrews trabajaba en la División como director del centro de cómputos. El había aceptado un llamado a otro lugar y con mucho empeño mencionó a la administración que él conocía a un joven a quien recomendaba para tomar su lugar. Como no tenía experiencia trabajando para la iglesia y hacía poco que me había graduado de mi postgrado mi exprofesor sugirió que me emplearan por tres meses. Para la gloria de Dios ya tengo treinta años trabajando para la obra en las oficinas de la División.
Hoy te invito a colocar tu confianza en las manos de Dios. El recompensará tu fidelidad y nunca te desamparará, te lo digo por experiencia propia.
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Lecturas devocionales para Jóvenes 2018
«Todo lo bueno y perfecto que se nos da, viene de arriba, de Dios, que creó los astros del cielo».Santiago 1: 17
NACÍ y CRECÍ en un hogar pobre. Cuando era adolescente tenía muy poca ropa. Había un amigo en el barrio que tenía mucha ropa bonita. Mi amigo tenía una camisa en particular que me gustaba mucho y él me la prestaba cada vez que yo se la pedía. La camisa me quedaba muy bien; pero cuando salía a la calle con aquella camisa puesta y alguien me elogiaba quería sentir orgullo, pero luego recordaba que la camisa era prestada y que, en todo caso, los elogios pertenecían al dueño de la camisa.
¿Sabías que la vida es como una camisa prestada? Todos los dones que hemos recibido, las habilidades que hemos desarrollado, los bienes que poseemos, el tiempo que tenemos, en fin, todo lo que tenemos o alguna vez llegaremos a tener nos llega en calidad de préstamo de parte del Creador y un día hemos de rendir cuentas a él por lo que nos ha encomendado. Por eso, cuando nos sintamos demasiado grandes e importantes; cuando los aplausos y los elogios nos embriagan de orgullo, es el momento de recordar que la camisa es prestada.
Además, la vida, los talentos, los dones, las oportunidades y las bendiciones que hemos recibido deben utilizarse para dar gloria al verdadero Dueño. Cuando tengamos la tentación de consideramos superiores a otros, conviene recordar estas palabras de Ellen G. White: «Todo lo que nos da ventaja sobre otro —sea la educación o el refinamiento, la nobleza de carácter, la preparación cristiana o la experiencia religiosa— nos impone una deuda para con los menos favorecidos; y debemos servirles en cuanto esté en nuestro poder» (El Deseado de todas las gentes, cap. 48, p. 415).
Durante cada hora de este nuevo día recuerda que la camisa es prestada, que debes cuidarla y usarla adecuadamente, y que toda la gloria que recibes le pertenece al Dueño. Recuerda que cuanto más hayas recibido de Dios, mayor es la deuda que tienes con tus semejantes.
Hoy es un buen día para usar correctamente tus dones y talentos, para servir a tus semejantes y especialmente para presentarles a Cristo.