DEVOCIÓN MATUTINA PARA JÓVENES 2018
365 VIVENCIAS DE JÓVENES COMO TÚ
Lecturas devocionales para Jóvenes 2018
«Sáname tú, Señor, y seré sanado; sálvame tú, y seré salvado, pues solo a ti te alabo». Jeremías 17: 14
En febrero de 2015 enfermé de ambos riñones, al consultar al médico este me informó que tenía infección y cálculos renales. El especialista no quiso someterme a una operación quirúrgica, pues con la edad el problema podría volver, así que decidió prescribirme un tratamiento alterno basado en medicamentos naturales. Este tratamiento logró controlar la enfermedad, pero no expulsé los cálculos así que el dolor continuaba afligiéndome. Mi situación empeoraba, era necesario ir al baño constantemente, por esta razón me prescribieron un nuevo tratamiento.
Los meses pasaron y no experimenté ninguna mejoría, al contrario empeoré. Tuve que dejar de trabajar y no podía realizar actividades físicas. Entonces recibí la noticia de que se acercaba el campamento de capacitación para los jóvenes misioneros del programa OYIM [Un Año en la Misión, por sus siglas en inglés] en el campamento La Trinidad en la Asociación Norte de Chiapas. Yo deseaba participar en el proyecto, pero me preocupaba mi salud, además mis padres no querían que asistiera porque creían que podría empeorar; así que coloqué mi enfermedad en las manos de Dios y decidí asistir y capacitarme a pesar de mis dolencias.
Me preparé para el viaje de cuatro horas, el más difícil que jamás haya realizado. Una vez en el campamento noté que los dolores fueron disminuyendo con el paso de los días. Al final llegó el momento de ser enviado al lugar donde trabajaría como misionero durante un mes. Me tocó la comunidad de Jochinteol del Distrito de Nuevo Limar. Allí visitaba diez hogares cada día donde compartía la Palabra de Dios con los residentes. Durante la noche predicaba en campañas de barrio y mientras me enfocaba en cumplir mi labor misionera Dios me seguía sanando.
Al finalizar el mes como misionero el dolor había desaparecido por completo. Regresé a casa feliz de haber compartido el mensaje de salvación y agradecido porque casi todos los síntomas de mi enfermedad habían desaparecido. Aunque continuo en tratamiento, logré reanudar mis actividades cotidianas, recuperé mi trabajo y puedo servir en mi iglesia local.
Mi caso constituye un ejemplo de que Dios puede sanar cualquier dolencia que te aqueje. Quiero pues animarte a que, como yo, coloques tu vida en las manos de Dios sin importar los desafíos ni las dificultades.