Solo confía
«Si Dios no nos negó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó a la muerte por todos nosotros, ¿cómo no habrá de damos también, junto con su Hijo, todas las cosas?». Romanos 8: 32
«¡NO!, NO PUEDE SER. ¡Vuelva a repetir la ecografía por favor!». Esas fueron las palabras que pronuncie en aquel consultorio, una vez que la doctora nos comunicara las peores noticias que jamás había escuchado: «¡Lo siento, el bebé está muerto!». Ese martes 9 de diciembre de 2014 mi esposa y yo nos habíamos levantado muy temprano con la ilusión de ser padres, pues nacería nuestro primogénito.
Entre lágrimas miré a mi esposa y le dije: «El Dios que servimos resucitó un muerto de cuatro días, así que él puede devolver el ritmo cardiaco a nuestro bebé. Pero si esa no es su voluntad, prometamos que seguiremos siendo fieles». Oré como nunca, y luego pedí a la doctora que repitiera la ecografía. Pero aun después de orar, no ocurrió nada, o eso fue lo que creí en ese momento, hasta que aprendí dos extraordinarias lecciones de aquella tragedia:
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El amor de Dios es infinito por nosotros: Si yo hubiera podido evitar la muerte de mi hijo, lo hubiese hecho sin dudar un solo segundo. Ahora mi corazón rebosa de gratitud al pensar cuánto nos ama Dios, pues él, con todo el poder del universo, entregó a su Hijo en la cruz para salvamos.
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Dios convierte nuestro dolor en felicidad y paz. Aunque nunca tuve el privilegio de ver a mi hijo, hoy mi confianza está depositada en la justicia y el amor de Dios. Tenemos la promesa de que cuando Cristo regrese él «secará todas las lágrimas de ellos, y ya no habrá muerte, ni llanto, ni lamento, ni dolor; porque todo lo que antes existía ha dejado de existir» (Apocalipsis 21:4).