Sometido a consejo de guerra
«¡Y quién sabe si para un tiempo como este has llegado al reino!». Ester 4: 14, RVA15
CONTINUANDO CON MI HISTORIA, el 22 de marzo de 1974, acabé mi instrucción militar básica, previa a la incorporación al que luego había de ser mi destino como escribiente en la Plana Mayor del Batallón de Automovilis- mo del Centro de Instrucción de Reclutas de Alcalá de Henares.
El 24 era domingo, y mi teniente y mi capitán me comunicaron que yo tenía que participar plena y activamente, arrodillándome a toque de corneta ante el altar, en la misa de jura de bandera. Yo les advertí respetuosamente que si me obligaban a formar en la gran explanada donde iban a jurar más de dos mil reclutas, mi conciencia no me permitiría arrodillarme y me quedaría en pie delante de todos los presentes, civiles y militares.
Ante mi firmeza fui enviado a un calabozo, donde tenía que pasar todo el día acostado en el suelo con tres mantas por debajo y siete por encima, pues la humedad y las temperaturas bajo cero eran insoportables. Además me requisaron mis libros y mi Biblia. El 13 de noviembre de 1974 fui condenado en Consejo de Guerra a tres años y un día de prisión militar, y luego al cumplimiento del servicio militar en un batallón disciplinario en el Sahara español.
Dos pastores amigos hicieron intensas gestiones para ayudarme. Hubo presiones internacionales que llegaron hasta Juan Carlos I, entonces príncipe heredero, y sobre todo mis hermanos en la fe elevaron millares de oraciones. Eso hizo que el general Franco, medio año antes de su muerte, me indultara; de modo que solo tuve que estar preso catorce meses y trece días. Con la llegada de la democracia fui amnistiado e incluso se me indemnizó con mil euros por más de un año de prisión.
Un cuarto de siglo después, casi pude decir que de la cárcel llegué «al reino», pues edité una biografía de la reina Sofía, escrita por su consejera María Eugenia Rincón. Así que pude participar en numerosas reuniones con estas dos grandes mujeres españolas. Hoy llevo casi cincuenta años de servicio en la Iglesia como colportor y como editor, testificando en libertad y apoyado por toda mi familia camal y espiritual. Querido joven, la fidelidad al Señor siempre paga buenos dividendos. «Sea la gloria al Señor para siempre» (Sal. 104: 31, JBS).
Francesc X. Zelabert
Vicepresidente editorial de IADPA
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