“Roma y la iglesia”
“Así que los apóstoles y los ancianos se reunieron para resolver este asunto” (Hechos 15:6).
Ese 20 de mayo de 325, todos los obispos cristianos debían presentarse en Nicea, ciudad de Asia Menor, actual Turquía. Constantino I, emperador de Roma, convocó el Concilio de Nicea I (el primer concilio ecuménico, mundial, de la iglesia cristiana).
Constantino simpatizaba con el cristianismo. Aunque no se bautizó hasta su muerte, supuestamente se había convertido al cristianismo en 312, en la batalla del Puente Milvio. El obispo Eusebio de Cesárea narra que, la noche del 27 de octubre, cuando los soldados se preparaban para la inminente batalla, Constantino tuvo una visión de la señal de la cruz, con una voz que le decía: “En este signo, conquistarás”. Esta batalla dio fin a la tetrarquía (forma de gobierno en que el poder es ejercido por cuatro tetrarcas), y llevó a Constantino a convertirse en la máxima autoridad de los territorios occidentales del Imperio.
En 313, Constantino anunció el Edicto de Milán, otorgando libertad religiosa a los cristianos, lo que alivió la persecución que venían soportando. Como su objetivo final era convertir al cristianismo en religión oficial del Estado, primero debía resolver la división teológica entonces existente dentro del cristianismo, pues Arrio y sus seguidores negaban la divinidad de Cristo.
Finalmente, el primer Concilio de Nicea consensuó esta declaración:
“Creemos en un solo Dios, Padre todopoderoso, creador de todas las cosas visibles e invisibles; y en un solo Señor Jesucristo, el Hijo de Dios; unigénito nacido del Padre, es decir, de la sustancia del Padre; Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero; engendrado, no creado; de la misma naturaleza que el Padre; por quien todo fue hecho: tanto lo que hay en el cielo como en la tierra… y en el Espíritu Santo. Y a los que dicen: ‘hubo un tiempo en que no existió’; y: ‘antes de ser engendrado no existió’ y: ‘fue hecho de la nada o de otra hipóstasis o naturaleza’, pretendiendo que el Hijo de Dios es creado y sujeto de cambio y alteración, a éstos los anatematiza la Iglesia Católica”.
Aunque el Concilio llegó a la conclusión teológica correcta sobre la divinidad de Cristo, estuvo rodeado de eventos con interferencias e intereses políticos. ¡Qué contraste con el verdadero primer concilio de la cristiandad! En el Concilio de Jerusalén (Hech. 15), el verdadero presidente fue el Espíritu Santo.
Busquemos hoy, como iglesia, al Espíritu Santo, quien nos guiará a toda verdad y nos llevará con seguridad hasta la Jerusalén celestial. MB
DEVOCIÓN MATUTINA PARA JÓVENES 2017
UN DÍA HISTÓRICO
Pablo Ale – Marcos Blanco
Lecturas devocionales para Jóvenes 2017